lunes, 1 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 3)

Hoy ha sido un día completito, completito. La verdad es que estamos encantados de pasar esta primera parte del viaje en una zona tan desconocida para el turista medio como esta del Southbank. Es la cuarta vez que estamos en Londres y esta parte del sur del río era casi desconocida para nosotros. Que sí, que quizás una pequeña escapada hacia el Imperial War Musseum. O sí, un viajecito hasta la Tate, y algunas más al mercado de Burough.. La mayor parte de esas veces sin alejarse mucho del río, que el sur intimida. No demasiada gente por las calles (comparado con lo que pisa el turista media), no grandes calles comerciales, no atracciones turísitcas... ¿Que esperar de aquí? Pues se puede esperar Londres. Algo quizás un poco más auténtico y más de gente de aquí. Si es la primera, o puede que la segunda vez que vienes a la ciudad, esto no es para tí. Antes de aventurate a hacer este tipo de cosas uno debe ir a los sitios a los que todos los turistas van. Una buena visita al British, al Natural History o a Hyde Park merecen muy mucho la pena. Pero esta ciudad tiene mucho que ofrecer y hoy hemos hecho un poco de todo. ¡Comencemos!



Hoy nos levantamos algo tarde. El día de ayer fue matador y las horas de tren pasaron factura. El mejor remedio para eso es... ¡un buen desayuno! Así que, mirando los análisis de los sitios de la zona, nos fuimos a The Table. Al salir del hotel pensamos que no habría mucha gente porque era algo tarde. Craso error, el sitio estaba llenísimo. Nos quedamos fuera en la calle haciendo cola con la suerte de que todos los grupos que teníamos delante eran más grandes que nosotros así que nos pasaron delante de ellos. Las mesas en el local son corridas y era más fácil acomodarnos a dos personas que al resto de la gente. Así para empezar un par de cafés y, para desayunar bien bien, dos buenos desayunos. El mío unos huevos revueltos, dos grandes tostadas y salmón ahumado en humo de roble. Bea se tomó un desayuno inglés con sus salchichas, su bacon, sus alubias, sus tomates y su pan tostado. Un smoothie para acompañar y llenos llenísimos, con fuerzas de sobras para afrontar el día, salimos camino de la zona de mercadillos más famosa del este de Londres.



Llamar a la zona de Brick Lane un simple mercadillo, me parece insultarla, la verdad. El bus nos dejó cerquita de Spitafields Market, la primera parada del camino. El mercado, renovado hace años, es todo un referente en los domingos de la ciudad. Londres es una ciudad que respira moda por todos sus poros. Suda moda a chorros. Cualquiera con una idea, por pequeña que sea, puede alquilar un puesto en un mercadillo y estudiar si su apuesta tiene salida. Los negocios florecen y mueren bajo la mirada del público que para bien o para mal marca tendencia de la moda a nivel mundial. Spitafields es una primera parada para mucha gente, y ahí empezamos. Curioseamos de puesto en puesto, viendo chaquetas tejidas en Nepal, bufandas de lana de yak o cuellos de pedrería. Tras hacer unas pequeñas compras paramos a beber algo y sentarnos en un local de una cadena llamada Leon. Las piernas pesaban por el ritmo lento y cansino de las compras agravadas por el hecho de que estos mercadillos de domingo están atestados de hordas de gente.



Tras descansar y acabar de exprimir este mercadillo el camino nos dirigía más hacia el este, camino ya de Brick Lane. El siguiente mercadillo, el Sunday Up Market está en un local que ya no es como el de Spitafields (un mercado de verdad), si no que es poco más que un almacén con paredes de ladrillo en blanco. Pero este lugar también es de apuestas arriesgadas y la comida ya no son locales en los laterales, sino gente vendiendo en puestos ambulantes la comida de sus países. Las compras en esta zona son especiales y los vendedores lo saben. Acabé comprando unos zapatos de una marca de Bolton que tiene nada más que cinco personas haciendo zapatos a mano. Y por el mismo (o menos) precio que se paga por unos zapatos de marca que muchas veces son hechos en China o en el sureste asiático. Eran ya pasadas las dos de la tarde y no teníamos nada de hambre, pero decidimos coger unos cupcakes en un sitio con una pinta magnífica. Un pequeño subidón de azucar era lo que necesitábamos para poder seguir camino por la zona.



Seguimos Brick Lane hacia el norte, atestada de gente, para dar un paseo por el Backyard Market, otro de los de la zona. Por este ya nos paramos menos, que las fuerzas empezaban a flaquear. Seguimos y pasamos por delante de The Vibe, un local de música en directo muy famoso de Londres. Desde fuera se escuchaba un concerto en directo de música electrónica. La zona está llena de graffities. Seguimos calle ariba y, tras pasar otra de las zonas de la calle que están llenas de sitios de comida, decidimos volver al hotel a descansar, para poder acabar el día con fuerzas. Antes de coger el bus paramos en un "centro comercial" de moda urbana llamado boxpark. Lo pongo entre comillas porque está hecho a base de apilar contenedores, de esos que van en los barcos. Curioso concepto, la verdad. Curioseamos un rato y luego cogimos el bus. Se que lo comento siempre, pero salvo que hagáis un viaje muy largo, el bus es mucho mejor que el metro. En metro uno sólo conoce lo que hay alrededor de las estaciones. El bus en Londres funciona estupendamente, se ve el paisaje y se descubren muchas cosas que de otra forma no verías.



Tras descansar un poco en el hotel buscamos donde cenar. Internet para estas cosas es maravilloso. Se que a veces da pereza, pero no dudéis en conseguir una tarjeta de prepago para vuestro móvil. Por poco mása de diez libras podréis tener internet allá donde vayáis y no caer en sitios cutres que un londinense no frecuentaría en su vida. Luego esta ciudad tiene fama de que se come mal, y es una de las mentiras más repetidas que oigo cuando llego a Coruña. En fin, que buscando buscando encontramos un restaurante polaco llamado Baltic. Ya desde el hotel, de nuevo por internet, reservamos una mesa para media hora después. Nada más llegar nos sentamos y disfrutamos del ambiente y del local, lleno de gente de la zona y cero turistas. Disfrutamos de una cena estupenda. Bea comió conejo con ciruelas y yo un schnitzel de cerdo genial. De postre Bea una especie de panacotta de vainilla con cerezas y yo una tarta polaca de manzana con helado de canela. Disfrutamos realmente de la cena y del sitio, con una velada amenizada por un poco de jazz en directo.

Salimos de allí dispuestos a acabar la noche en un pub que encontré en un libro. El Gladstone Arms, un pub en el que dsifrutar de la música en directo casi todas las noches. Es otro sitio alejado de miradas indiscretas, lejos de las hordas de turistas y lleno de gente de los alrededores que vienen a disfrutar de su cerveza favorita mientras escuchan a un músico que se entrega delante de, como mucho, cuarenta personas. Nos perdimos el primer concierto pero llegamos al segundo, Jess Klein. Disfrutamos del concierto completo, de esta chica que hace, según la crítica, country alternativo. El público era realmente curioso. Desde una gafapasata en la esquina que ponía cara de asco mientras no paraba con el móvil, pasando por una grupo de locales que pasaban de los setenta años, continuando por un par de hipsters en unos taburetes y acabando por nosotros, la audiencia era realmente miscelánea pero se entregó a aplaudir unánimemente cuando la ocasión lo requería. Gran día, si señor.


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